Por Ernesto Gómez de la Hera
Ilustración de Lina Álvarez
La introducción que escribió Engels, en su último año de vida, para La Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850 fue mutilada por sus editores del SPD, para convertirle, según las propias palabras de Engels, en “un pacífico adorador de la legalidad a toda costa”. La razón era proteger la táctica oportunista que, so pretexto de cerrar las posibilidades de una nueva legislación antisocialista, desarrollaba la dirección del partido alemán. Poco después de la muerte de Engels esa táctica fue propugnada como estrategia por su antiguo secretario, Berstein.
Lo que en la introducción engelsiana abría la posibilidad de ser aprovechado para el oportunismo no era tanto su valoración del sufragio universal masculino como su análisis de la lucha armada callejera en cuanto instrumento de asalto al poder. Y Engels hablaba de estas cosas con suficiente conocimiento de causa como para que sus palabras tuvieran eco. No en balde era conocido como el “General” entre la familia Marx, debido a su participación en la campaña militar que, en las postrimerías de la revolución alemana de 1848-49, tuvo lugar en el sudoeste de Alemania. Esa campaña, ya con la revolución en bancarrota, siempre fue recordada con cariño y agrado por Engels y le dejó un interés y conocimiento de las cuestiones militares que nunca le abandonaría.
Por eso, su escrito de 1894 subraya los avances técnicos y logísticos que hacen que la tradicional lucha en las barricadas no sea ya capaz de resistir a las fuerzas militares gubernamentales. Por supuesto, él tenía muy presente lo sucedido durante la Comuna parisiense, apenas 23 años antes de su escrito, cuando los cañones versalleses liquidaron fácilmente la heroica resistencia de los comuneros. Y también podía haber recordado lo que hicieron los cañones, no tan perfeccionados, de Bonaparte contra los insurrectos realistas del 13 Vendimiario (5-10-1795). No obstante lo anterior y su afirmación de que un choque a gran escala con las tropas provocaría otra sangría como la de París, Engels recalca la importancia en cualquier insurrección de otros factores ajenos al meramente técnico. Pero, incluso en el aspecto técnico de la lucha armada callejera, Engels podría haber variado su pronunciamiento si hubiera leído algunas páginas de Benito Pérez Galdós.
Aunque Engels fue secretario para España en la AIT, su conocimiento de las cosas de España nunca alcanzó al de Marx. Aparte de su famoso “Los bakuninistas en acción”, donde hace a los anarquistas protagonistas de unos hechos que corresponden a los federalistas intransigentes y no a aquellos, si bien es cierto que prefigura con gran exactitud lo que harían en 1936-39, Engels solamente escribió unos pocos, y breves, artículos de carácter militar sobre España. Y jamás advirtió que, además del recurso de las barricadas, la lucha armada callejera podía tener otras formas en España.
Galdós se hizo eco en sus obras de los hechos de algunos insignes partícipes de las muchas barricadas que se alzaron en las luchas populares españolas. Departió con unos cuantos, ya ancianos, y eso le permitió adquirir unos conocimientos técnicos no muy difundidos. Y también le permitió conocer y dar a la imprenta otra forma de combate callejero: la lucha casa por casa.
En el capítulo XVIII de Zaragoza, novela de la primera serie de los Episodios Nacionales, Galdós da cuenta de como es esta forma de guerra en la que las casas ofrecen “nuevas líneas de fortificaciones” y donde, tras tomar una, “sea preciso organizar un verdadero plan de sitio para tomar la inmediata” y “abrir huecos en los tabiques para comunicar todas las casas de una misma manzana”. No cabe duda de que la aplicación de este sistema hubiera dado otro sesgo a muchas insurrecciones populares y, de haberlo conocido, los pensamientos militares de Engels podrían haber discurrido por otros cauces. Si bien ya hemos dicho que tampoco en España fue el mayoritariamente utilizado, como muestra claramente Barcelona en julio de 1909.
La verdad es que esta forma de lucha armada callejera permite un mayor equilibrio entre los contendientes, ayudando al que es inferior materialmente, pero es mucho más sangrienta y cruel, como el propio Galdós evidencia en su novela. Y como evidencian las otras ocasiones en que se ha usado.
Más de un siglo después del segundo sitio de Zaragoza, la lucha casa por casa regresó a España en 1934. Durante la insurrección de Asturias, la última insurrección popular habida en Europa, se practicó por parte de los revolucionarios para compensar su debilidad armamentística. Así fue escrito por un testigo de los hechos el famoso folclorista asturiano Aurelio de Llano y Roza de Ampudia, en su libro publicado en 1935. También se practicó en 1936 en la Ciudad Universitaria de Madrid, incluso con combates de piso a piso del mismo edificio.
Fuera de España el caso más conocido es la batalla de Stalingrado, en la que se dieron la heroica defensa de la fábrica Octubre Rojo y otras, hasta suceder, como relata el historiador Isaac Deutscher, que los alemanes tardaran en ocupar una casa el tiempo que, al inicio de la guerra, tardaban en conquistar un país. Una frase similar a esa escribió Galdós sobre Zaragoza, lo que vuelve a recalcar su primacía en la descripción de este sistema de lucha y nos hace lamentar que Engels no conociera a Galdós.