Por Joaquín Soler, arquitecto y vocal de la Junta Federal de la Unidad Cívica por la República (UCR)
“¿Cómo se llama el país donde fui presidente de la República?
Sé de cierto que presidí allí el gobierno y el Estado”.
Carlos Rojas, en el libro Azaña de 1973
En el año
2010, Izquierda Republica, el partido que fundó Azaña en 1934, encargó una
estatua como homenaje al que fue Presidente de la II República. Por suscripción
popular, colectivos republicanos y asociaciones azañistas sufragaron el busto para
regalarlo al Congreso. La estatua de piedra labrada es del artista Evaristo
Belloti, pesa 370 kg y está sobre una columna. Fue colocada el 28 de noviembre
de 2011 en el Vestíbulo Principal de Isabel II. La inauguración la realizó el
presidente del Congreso José Bono y contó con Gaspar Llamazares en nombre de
Izquierda Unida. Es uno de los salones más representativos y decorados del
edificio donde está la estatua de Isabel II. En la parte superior hay una
galería de retratos de parlamentarios: Niceto Alcalá-Zamora, Antonio Cánovas
del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Adolfo Suárez y Manuel Azaña. Dicen que
de noche se escuchan algunos debates y discusiones sobre política tan
interesantes como los que escribió Azaña en “La velada de Benicarló”.
Estaban en la misma sala dos jefes de Estado que tuvieron que exiliarse por diferentes razones. La primera, Isabel II, debido a la revolución “la Gloriosa”, en septiembre de 1868. Se marchó en tren con su capitán de alabarderos y las arcas llenas al palacio de Castilla en el París del emperador Napoleón III. El segundo, Manuel Azaña, debido al golpe de estado fascista, en febrero de 1939; cruzó la frontera a pie con su mujer, estuvo huyendo de nazis y falangistas, y murió en una humilde habitación del Hôtel du Midi en Montauban —una ciudad de provincias en la Francia del mariscal Pétain.
Mientras tanto, se habían celebrado elecciones generales el 20 de noviembre de 2011, en las que el Partido Popular obtuvo una mayoría absoluta con 186 diputados en el Congreso y 136 senadores en el Senado. Después de 23 días, el 23 de diciembre de 2011, Azaña tuvo que volver a exiliarse. Fue trasladado al Vestíbulo de Columnas en la segunda ampliación del Congreso, al lado de la estatua del exministro Ernest Lluch, sin conocimiento de la Mesa del Congreso ni de la Cámara.
Pero no quedo aquí el busto quieto, porque el 12 de junio de 2012 volvió a desplazarse aún más lejos, a un lateral del Patio de Operaciones de la tercera ampliación del Congreso. La estatua fue colocada al lado del busto de Niceto Alcalá-Zamora que regaló en su día el Ayuntamiento de Priego (Córdoba) al Congreso. El traslado fue acordado por la Mesa de Congreso con los votos a favor del PP y Convergencia i Unió, con el beneplácito del presidente de la Cámara, el moderado Jesús Posada. Le parecían más dignos que Azaña los cuadros de Esteban Bilbao, Antonio Iturmendi o Rodríguez Valcárcel, presidentes de las Cortes franquistas.
“Hay dos clases de hombres:
los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas”.
Antonio Machado
Cada ocasión que tenía, preguntaba a los representantes de los Comunes en el Congreso por la ubicación del busto. Les pedía que solicitaran a la Mesa del Congreso su restitución al lugar original donde José Bono la colocó. Después de Posada, la presidenta del Congreso fue Ana Pastor y este tema no interesaba a nadie. Pasó bastante tiempo y una tarde el 9 de junio de 2019, el diputado Gerardo Pisarello me mandó una fotografía en la que se le veía al lado de la estatua de Azaña: la había localizado y el busto volvía del olvido.
El pasado 3 de noviembre, en el Salón de los Pasos Perdidos donde tantas tardes paseó, reflexionó y meditó Azaña, se realizó el homenaje institucional del Congreso de los Diputados. Con asistencia restringida por la COVID-19. Participaron los miembros de la Mesa, la sobrina nieta, portavoces de los grupos parlamentarios, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Fue un acto de memoria con la intención de contentar a todos menos a los republicanos. Se desdibujó la imagen, la obra y el espíritu de Azaña.
“La República no hace felices a los hombres,
lo que hace es, simplemente hombres”.Manuel Azaña; Valencia, 4 de abril de 1932
Él, que fue un reformista, un intelectual, un jacobino y un republicano convencido que creía en un país nuevo y moderno. El político que organiza el Comité revolucionario en 1930 durante la monarquía de Alfonso XIII, el que realiza la reforma y modernización del ejército en 1931, el que defiende el Estatut de Catalunya en 1932 y el que consigue fraguar el Frente Popular en 1936. Un estadista que tenía clara la concepción del nuevo Estado, donde la cultura, la alfabetización y la enseñanza eran la responsabilidad y la prioridad de la República. Un país en el que no cabían los caciques, los señoritos y la corte de aristócratas ni de los milagros.
Utilizar el prestigio de la viuda de Azaña, Dolores Rivas Cherif, a los 84 años en el exilio de México, con la visita que hizo el rey Juan Carlos I, es buscar un imposible. La misma bandera mexicana que protegía a los exiliados del régimen de Vichy es la que acogió a la República. La protegió hasta el último día cuando José Maldonado,presidente en el exilio, con dignidad disolvió las instituciones que formaban la II República Española el 15 de junio de 1977, jornada en la que se celebraron las elecciones generales. De un tiempo a esta parte, la transparencia y la ejemplaridad de la corona de España está en horas muy bajas. Cada mañana nos desayunamos un nuevo escándalo: comisiones millonarias, maletines viajeros, tarjetas black y cuentas ocultas. Los juancarlistas no ganan para disgustos.
Terminó el acto con el pasodoble Suspiros de España, del compositor de zarzuela Antonio Álvarez Alonso, que tantos recuerdos llevó a los exiliados republicamos lejos de su tierra. Creo que tienen que hacerse homenajes para conocer la figura de Azaña, pero para explicar lo que fue, lo que pensó, lo que hizo y lo que escribió, no para disolverlo entre la equidistancia de la transición.
Despedida:
“Si muero, dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo veo).
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!”
Federico García Lorca, en el libro Canciones, 1921-1924 Salud y República a todos.